¿QUÉ CLASE DE HIJO SOMOS?
CONTEMPLAMOS:
Al igual que el domingo recién pasado, seguimos
leyendo el capítulo 15 de San Lucas, esta vez entraremos en la parábola
conocida como del Hijo Prodigo, aunque en la actualidad muchos prefieren
llamarla “Parábola del Padre Misericordioso” o “Parábolas de los dos hijos”.
Por esta razón, queremos invitarte, en primer
lugar, a mirar nuestra realidad como HIJOS; para ello, pensemos en la relación
con nuestros padres; ya que desde estas relaciones humanas podemos profundizar
mejor nuestra relación con Dios como Padre y Madre: ¿Cómo es nuestra relación
con nuestro Padre? ¿Cómo es la relación con nuestra Madre? ¿Cómo nos hemos
comportado como Padres?
Pensemos un momento, en las mismas palabras de
Jesucristo: “Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos,
¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!”
(Mateo 7, 11). Con ello, ya nos quiere mostrar un Padre Bondadoso con sus
hijos, un Padre Bueno que sabe dar a cada hijo lo que le corresponde, diríamos,
en este sentido, nos trata con equidad; un Padre Misericordioso, es lo que nos
quiere recordar en la parábola, recordando que lo siguiente: “Todos los
publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los
escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con
ellos». Jesús les dijo entonces esta parábola: (Lucas 15, 1-3). En definitiva,
NO podemos olvidar que es una parábola dirigida a los fariseos y escribas, en
esta línea de reflexión, debemos afirmar que el Hijo mayor representa a los
fariseos y escribas; y que el Hijo menor representa a los publicanos y
pecadores. Para cada uno de nosotros: ¿En
quién nos vemos reflejado?
DISCERNIMOS:
En concordancia a nuestra pregunta inicial, iremos
analizando el evangelio de este domingo, para respondernos: ¿Qué clase de hijo
somos? “Jesús dijo también: Un hombre tenía dos hijos” (v. 11). Al entrar en nuestro texto, es bueno seguir
analizando desde la perspectiva ya propuesta en la contemplación: el hijo mayor
son los fariseos y escribas, y el hijo menor son los publicanos y pecadores,
para lograr discernir como nos sentimos y vemos en la actualidad en nuestra
relación con un Dios Padre y Madre: ¿Eres hijo mayor o menor?
Para responder estas preguntas, veremos primero
la actitud y el obrar del hijo menor, que es como comienza la parábola dicha
por Jesucristo: “El menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de
herencia que me corresponde. Y el padre les repartió sus bienes” (v.12). Un
hecho poco común en la cultura judía, un Hijo que pida su herencia
correspondiente, aunque en la actualidad, muchos padres, en vida, reparten los
bienes con sus hijos.
Dicho esto, a modo de marco teórico, veamos que
hace el Hijo menor con la herencia que le entrega su Padre: “Pocos días
después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano,
donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando
sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones” (vv.
13-14). Al parecer, el dinero fácil, fácil se va, en poco tiempo se quedó sin
recursos, como le puede suceder a muchos que reciben herencias o premios de
concursos; gastan y gastan pensando que nunca se acabará, aunque al poco tiempo
todo se gasta: ¿Qué hacer ahora?
Si ya no tenemos recursos para vivir; la lógica
humana nos señala que debemos trabajar: ¿En qué? Muchos dirán en lo que sea, en
lo que salga, en lo que te presente la vida, es más o menos lo que intenta este
HIJO MENOR, del cual no sabemos nombre. “Entonces se puso al servicio de uno de
los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él
hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero
nadie se las daba” (vv. 15-16). El trabajo duro le hizo descubrir su realidad,
comía menos que los propios cerdos que cuidaba; entonces, desde su MISERIA,
discierne y reflexiona: ¿Desde dónde nosotros meditamos nuestras vidas?
Hacemos esta pregunta con el sentido de entender
mejor al personaje del Hijo menor, veamos que más realizo: “Entonces recapacitó
y dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy
aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré:
Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo,
trátame como a uno de tus jornaleros" (vv. 17-19). Recapacitó, es decir,
analizo su situación comparando la situación de otras personas, como los
empleados de su padre, quizás descubriendo que no valoro lo tenía en su CASA,
buscando algo mejor, incluso buscando como dicen muchos en la actualidad,
buscando FELICIDAD y AMOR; y al final, solamente entendió que podría estar mejor junto a su PADRE: ¿Qué
situaciones de la vida nos han hecho recapacitar? ¿Qué nos ayudaría a tomar
conciencia de que realmente somos Hijos de Dios?
Ahora bien, no se trata solamente de tomar
consciencia, que muchas veces lo hacemos, incluso a diario, sino de OBRAR
conforme a lo meditado, es lo que hace este hijo menor: “Entonces partió y
volvió a la casa de su padre” (v. 20a). Es aquí en donde la parábola cambia de
sentido, y debería cambiar de sentido para los cristianos, ya no hablar, como
hemos señalado, de Hijo Pródigo, sino de PADRE MISERCORDIOSO: “Cuando todavía
estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su
encuentro, lo abrazó y lo besó” (v. 20b).
Un Padre que se CONMUEVE, que muestra su amor,
su cariño: Corriendo, abrazando y besando; un encuentro de AMOR, es decir, el
que ama se conmueve por los demás; y nosotros, los cristianos: ¿Nos conmovemos
de los demás?
Al hacer esta pregunta queremos que cambies tu
enfoque, aunque el texto nos siga hablando del Hijo Menor: “El joven le dijo:
Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo. Pero
el padre dijo a sus servidores: Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo,
pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero
engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha
vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado" (vv. 21-24a). Sino en
la actitud del Padre, él no olvida nunca a su HIJO, aunque este lejos; como
seguramente lo hacen todas las madres del mundo: ¿Qué hacer si un hijo vuelve a
la casa?
Tal vez lo mismo que en la historia, comen y
celebran por el encuentro familiar, es lo que Jesucristo hacía con los
publicanos y pecadores, y es allí la crítica de los fariseos y publicanos, que
se refleja en la actitud del Hijo mayor, veamos como obra y actúa: “Y comenzó
la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa,
oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los
sirvientes, le preguntó que significaba eso. Él le respondió: Tu hermano ha
regresado, y tu padre hizo matar el ternero y engordado, porque lo ha recobrado
sano y salvo. Él se enojó y no quiso entrar” (vv. 24b-28a). En vez de alegrarse
y sentir felicidad por el regreso de su hermano, él se ENOJA, y prefiere
dejarse llevar por el ENOJO, y no quiere participar de la fiesta, no quiso
entrar: ¿Cuántas veces en la vida nos dejamos llevar por el ENOJO, la tristeza,
la ira o la rabia?
Con esto buscamos analizar nuestra propia
existencia, nuestra vida emocional, aunque volvemos a insistir, ya no nos
interesa la actitud de los hijos, sino la del Padre: ¿Qué hace el Padre
Misericordioso con su Hijo mayor? “Su padre salió para rogarle que entrara,
pero él le respondió: Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido
jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una
fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber
gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!” (vv.
28b-30). El Padre siempre sale a su encuentro, esta vez, para manifestar su
AMOR, rogando, suplicando, aunque el HIJO mayor, sigue en su actitud ENOJADO; y
dar argumentos para estar más enojado, ahora no tan solamente con su hermano
menor, sino con el PADRE: ¿Cuántas veces nos hemos enojado con Dios Padre?
Seguramente muchas veces, y por lo mismo,
creemos ser los hijos más obedientes de DIOS, y a la hora que le pedimos NO
HACE lo que le pedimos; igualmente DIOS nos diría, al igual que en la parábola
del Padre Misericordioso: “Pero el padre le dijo: Hijo mío, tú estás siempre
conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu
hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido
encontrado" (vv. 31-32).
El texto, no nos ofrece un final: ¿Qué hizo el
hijo mayor? En verdad, porque NO IMPORTA; lo que importaba era que cambien de
actitud los FARISEOS Y ESCRIBAS; que sean personas que se alegran por la
conversión de los publicanos y pecadores, y que se reúnan con ellos a COMER
JUNTOS en la misma MESA. Y nosotros: ¿Qué actitud tendremos? Por último, es
aquí dónde queremos dar el paso desde nuestro discernimiento a la
EVANGELIZACIÓN; ya no se trata, para los cristianos, ser HIJOS menores o
mayores, sino SER como DIOS PADRE Y MADRE MISERICORDIOSO. Y TÚ: ¿Lo eres?
EVANGELIZAMOS:
A modo de conclusión, Jesucristo nos invita
siempre a descubrir en nosotros nuestra NECESIDAD de CONVERSIÓN, ante la
presencia divina; por esta razón, la primera invitación es siempre a
compararnos al leer los Santos Evangelios con el mismo Jesucristo; ya que la
tarea y la misión del cristiano, es SER otro Jesucristo, por ello, interesan
menos los otros personajes, incluido los apóstoles, recordando que hasta el
mismo Pedro lo negó tres veces, y todos se arrancaron en el Huerto de Olivos
cuando lo tomaron prisionero; por este motivo, lo importante al leer los
Evangelios es discernir la imitación a Jesucristo: ¿Por qué imitarlo?
Porque es verdaderamente un ser humano, y con su vida nos muestra nuestro camino de perfección hacia Dios, camino que está marcado según sus propias palabras: “Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mateo 5, 48). Justamente, nuestra evangelización cristiana, debe estar en coherencia con esta gran petición evangélica, SER como Dios Padre y Madre; en la que por medio de la parábola que hoy hemos leído, se nos ha revelado como MISERICORDIA, con todos sus hijos, mayores y menores; o sea, debemos CONMOVERNOS en MISERICORDIA hacia todas y todos. Y TÚ, como cristiano practicante: ¿Vives de esta forma en tu relación con los demás?
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