JESUCRISTO Y EL SACERDOCIO
CONTEMPLAMOS:
Muchos al pensar en el sacerdocio creen que es un aspecto
unido a Jesucristo, aunque en verdad es un aspecto teológico posterior a la propia
vida de Jesucristo, ya que Jesucristo NO fue parte del grupo de los sacerdotes
de su tiempo, más bien todo lo contrario, en varias ocasiones al reunirse con
ellos, les hablo por medio de parábolas como nos narra el Evangelio de San Mateo:
“Jesús entró en el Templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos
sacerdotes y los ancianos del pueblo” (21, 23); un grupo de sacerdotes y presbíteros
(ancianos) se acercaron para interrogar a Jesucristo, desde sus preguntas
Jesucristo responde con una crítica a ellos, con dos parábolas, veamos la
primera de ellas: “¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose
al primero, le dijo: "Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi
viña". El respondió: "No quiero". Pero después se arrepintió y
fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: "Voy,
Señor", pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre? «El
primero», le respondieron. Jesús les dijo: Les aseguro que los publicanos y las
prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a
ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los
publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver
este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él” (Mateo 21, 28-32).
Ciertamente con ello, les está señalando que hay otros que llegarán primero al
Reino de Dios por su conversión, que ellos, que no han querido convertirse
aunque cumplan un servicio al Pueblo de Dios como el Sacerdocio. Y nosotros: ¿Qué
clase de sacerdocio cumplimos en nuestras vidas?
Pensando en ampliar el sacerdocio, como un OFRECIMIENTO
de nuestras vidas a Dios por otros o nosotros mismos, como lo describe San Pablo,
en la carta a los Romanos: “Por lo tanto, hermanos, yo los exhorto por la
misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y
agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer” (Romanos 12,
1). Una invitación a actuar como SACERDOTES (OFRECER) indudablemente no se
trata de PAN y VINO, sino de nuestras propias VIDAS: ¿Qué le ofrecemos a DIOS?
Es en nuestro OFRECIMIENTO que cumplimos nuestro
SACERDOCIO; en un modelo distinto, como lo señala San Pablo: “No tomen como
modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su
mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que
es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Romanos 12, 2). Desde nuestra vida,
no tomar el ejemplo de este mundo, sino de Jesucristo, y desde Él renovar
nuestras mentes, nuestra forma de pensar y actuar, de vivir en miras a la
vivencia de la voluntad divina, lo que es bueno, lo que le agrada y lo que es
perfecto: ¿Vivimos en la perfección divina?
DISCERNIMOS:
En Jesucristo esta perfección se vive en el AMOR de
ENTREGA, de sacrificio de ofrecimiento, como lo describe el mismo Jesucristo: “Como
el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida
en rescate por una multitud” (Mateo 20, 28). Una vida de SERVICIO que implica
DAR SU VIDA como rescate de una muchedumbre: ¿De qué nos viene a rescatar el
Hijo del Hombre?
Aquí es en dónde entra en nuestro discernimiento el
escrito de la carta a los HEBREOS, como explicación teológica del SACERDOCIO de
Jesucristo, ya que Él mismo se transforma en ofrenda por la humanidad: “Por lo
tanto, Jesús ha llegado a ser el garante de una Alianza superior. Los otros
sacerdotes tuvieron que ser muchos, porque la muerte les impedía permanecer; pero
Jesús, como permanece para siempre, posee un sacerdocio inmutable. De ahí que
él puede salvar en forma definitiva a los que se acercan a Dios por su
intermedio, ya que vive eternamente para interceder por ellos. Él es el Sumo
Sacerdote que necesitábamos: santo, inocente, sin mancha, separado de los
pecadores y elevado por encima del cielo. Él no tiene necesidad, como los otros
sumos sacerdotes, de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados, y
después por los del pueblo. Esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose
a sí mismo. La Ley, en efecto, establece como sumos sacerdotes a hombres
débiles; en cambio, la palabra del juramento –que es posterior a la Ley–
establece a un Hijo que llegó a ser perfecto para siempre” (Hebreos 7, 22-27).
Con esto se nos revela a Jesucristo como el SUMO
SACERDOTE, ya que manifiesta un UNICO SACRIFICIO de entrega a Dios por toda la
humanidad, es por ello, que quizás se una al misterio de Melquisedec en el
Biblia Judía: “Y Melquisedec, rey de Salem, que era sacerdote de Dios, el
Altísimo, hizo traer pan y vino, y bendijo a Abram, diciendo: ¡Bendito sea
Abram de parte de Dios, el Altísimo, creador del cielo y de la tierra! ¡Bendito
sea Dios, el Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos! Y Abram le dio
el diezmo de todo” (Génesis 14, 18-20). No en la entrega del diezmo como lo
reflexiona la carta a los Hebreos, sino en los dones de Pan y Vino, como propio
de la institución de la fracción del PAN en la noche de la última cena entre
Jesucristo y sus discípulos: “Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo
dio a sus discípulos, diciendo: Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes.
Hagan esto en memoria mía. Después de la cena hizo lo mismo con la copa,
diciendo: Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama
por ustedes” (Lucas 22, 19-20). Esto es lo que vemos como anticipo de su
entrega en la CRUZ; en el derramamiento de su propia SANGRE, una OFRENDA de
expiación por los pecados de toda la HUMANIDAD, por cada uno de nosotros, al
realizar estos gestos lo realizamos en su memoria, por ser seguidores de su
ejemplo, no por una institución sacerdotal propiamente tal. Y nosotros: ¿Cómo
imitas el ejemplo de entrega de su vida de Jesucristo?
“Y luego añade: Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad.
Así declara abolido el primer régimen para establecer el segundo. Y en virtud
de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de
Jesucristo, hecha de una vez para siempre. Cada sacerdote se presenta
diariamente para cumplir su ministerio y ofrecer muchas veces los mismos
sacrificios, que son totalmente ineficaces para quitar el pecado. Cristo, en
cambio, después de haber ofrecido por los pecados un único Sacrificio, se sentó
para siempre a la derecha de Dios, donde espera que sus enemigos sean puestos
debajo de sus pies. Y así, mediante una sola oblación, él ha perfeccionado para
siempre a los que santifica” (Hebreos 10, 9-14). El ejemplo de Jesucristo nos
muestra la capacidad y la posibilidad de vivir en cumplimiento de la voluntad
divina, ya no como ministerio sacerdotal de sacrificios por expiación de
pecados, sino de un proceso real de SANTIFICACIÓN, ya que nos ha santificado
para siempre: Y TÚ: ¿Cómo vives la SANTIDAD?
EVANGELIZAMOS:
A luz de Jesucristo y desde nuestra vivencia de la Santidad
es que logramos vivir el plenitud el Sacerdocio que implica, más bien, una
actitud de vida, como lo describe la carta la misma carta: “Y ya que tenemos en
Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo,
permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo
Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue
sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Vayamos,
entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y
alcanzar la gracia de un auxilio oportuno” (Hebreos 4, 14-16). Un sumo
sacerdote que se COMPADECE de nuestras propias debilidades, esto nos invita a
VIVIR en la COMPASIÓN, los unos de los otros, en primer lugar: SER COMPASIVOS
con nosotros mismos como lo es el mismo Jesucristo con cada cristiano; y SER
COMPASIVOS con los demás fundada en la MISERICORDIA DIVINA recibida en la
persona de Jesucristo. Y TÚ: ¿Vives ejerces un servicio de compasión con todas
y todos?
Es en esta vivencia, al contemplarlo y al discernir sobre
la VIDA de Jesucristo, en nuestra mirada sobre el SACERDOCIO; no como una
institución de Jesucristo, ya que más bien, es una institución divina de la
Antigua Alianza, en Jesucristo se nos renueva la mirada de ENTREGA y
SACRIFICIO, que conlleva: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: El
que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz
y me siga” (Mateo 16, 24). Ya que nuestro seguimiento implica SER discípulos de
Jesucristo, para ello, debemos imitar el camino de la CRUZ; de ENTREGA de nuestras
vidas, RENUNCIAR a nuestras propias existencias para vivir en JESUCRISTO, con
esto EVANGELIZAR ofreciendo nuestras vidas a Dios y a su Pueblo Santo. Y TÚ:
¿Lo harás?
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